"NO HAY UN CAMINO QUE LLEVE A LA PAZ, LA PAZ ES EL CAMINO" M. GANDHI
Trátate a ti mismo de la manera que quieres que te traten, no esperes que alguien te dé lo que tú no eres capaz de darte

jueves, 30 de noviembre de 2023

Confidencias al sol



pintura del atardecer en la playa

Otra jornada que se va
otro día con sus retos que ha finalizado



Ya te vas a transitar otra zona del firmamento

te despido con alegría pero con pena también

me gustaría poder acompañarte en tu recorrido

para mirar en todas direcciones como lo haces tú

disfrutar de la vista de mi hogar desde tu lugar

y de la inmensidad que te rodea.


Confío en que algún día me lleves contigo

aunque no tengo prisa amigo, puedo esperar

siento la brisa en mi cara que a tu lado no percibiría

cierta calidez que aportan el resto de los sentidos

que se mantiene incluso cuando tú te has ido

pues asoma si mi corazón está dispuesto.


También siento a veces un dolor punzante, la otra cara

entonces avanzo con paso firme, incluso desquiciado

doblando esquinas imperceptibles en la curvatura de la vida

consciente de que todo a mi alrededor se ha oscurecido

por desgracia ni siquiera tú lo puedes evitar

a veces es tan difícil sostener la claridad...


Se van gastando los ojos de tanto contemplarte

en estas despedidas con nubes encendidas

y tú casi a mi altura, diciéndome hasta mañana

supongo que cualquier día necesitaré gafas, o igual no

tal vez cuando tu silueta se empiece a emborronar

sea capaz de ver matices que antes ni podía imaginar.






martes, 21 de noviembre de 2023

Unos hechos desconcertantes (continuación de La protección)



secuencia de Fibonacci

Isaac Devis: Fibonacci
http://isaacdevispintor.blogspot.com


El pueblo hervía de actividad, habían llegado muchos sanitarios y dotaciones de rescate que se sumaban  a los vecinos para socorrer a las víctimas. A los más graves los llevaban en ambulancia al hospital en la ciudad y el resto eran atendidos allí mismo. El centro se salud estaba desbordado y la escuela se había convertido en otro centro de atención a los heridos, Aya acompañaba a una embarazada que subía los maltrechos escalones cuando coincidió con un chico que la miró fijamente, como si la conociera. No le dio importancia pues había muchas cosas de las que ocuparse y tras dejar a la Sra. Millar en el banco de la improvisada sala de espera, se dirigió al almacén dónde había un montón de cajas y paquetes para abrir, debía colocar los suministros que acababan de recibir, ordenados y bien visibles en las estanterías. Fue un día de locos, sirenas, quejidos, llantos... Había amanecido despejado aunque a mediodía una lluvia fina se había instalado en el pueblo desbaratado. Cuando la claridad del día descendió drásticamente, Aya fue consciente de lo cansada que estaba y despidiéndose del Doctor Elias se encaminó a su casa.
Las calles estaban cubiertas de despojos de todo tipo que a veces tenía que sortear, y al fin llegó a la entrada de su hogar. Se encontraba en el lado norte y como la peor parte de la tormenta se la había llevado el otro extremo del pueblo, el edificio no estaba muy afectado, tan solo el tejado se veía un tanto destartalado. Entró y fue directa al desván, a primera hora ya había estado en casa para cambiarse de ropa y había comprobado que la primera y la segunda planta estaban bien. Subió pues al desván con cubos para atender las inevitables goteras que ya desde fuera se intuían. Todo el suelo estaba encharcado y le llevo casi una hora secar y dejarlo todo lo mejor posible. Agotada, solo pensaba en meterse en la cama, no había comido desde hacía muchas horas pero se conformó con un simple vaso de leche y a continuación se acostó.

Fueron casi tres meses de reconstrucción pero finalmente el pueblo acabó volviendo a la normalidad. Aya, que tuvo que reparar el tejado de su casa y algunos desperfectos en la joyería, hacia ya tiempo que había vuelto al trabajo. Tenía en su profesión cierta fama en la reparación de piezas de joyería antigua y de objetos con incrustaciones de metales preciosos, y dado que faltaban menos de dos semanas para la fiesta de San Valentín, se encontraba con  mucha tarea por delante pues los encargos no solo le llegaban de su zona, también de otros lugares que tenían buenas referencias sobre ella. 

Era tarde, faltaba menos de una hora para finalizar su jornada laboral y estaba dando los últimos toques a una cajita de plata con daños en un lateral cuando sonó  la campanilla de la puerta. Salió al mostrador y vio a un chico de unos 16 años que miraba en el expositor una colección de anillos de oro con gemas varias. Le reconoció al momento, era el que había aparecido tras la tormenta y en cada ocasión en la que coincidían la examinaba atentamente. Parecía estar seguro de lo que quería y tras señalar un aro con incrustaciones de granates le pidió que se lo mostrara. A Aya le sorprendió bastante que tuviese interés en un anillo tan caro, dada su edad, pero él tras observarlo unos instantes se quedó convencido y le pidió que le grabase una inscripción. Aya iba a tomar nota cuando el chico le comentó que se lo regalaría a su novia mientras sacaba el dinero para pagar, y sin  más, le preguntó por qué motivo ella se había cerrado al amor. Sorprendida e indignada a la vez, Aya levantó la cabeza y le contestó que esa era una pregunta ridícula y que quien demonios se creía que era. El muchacho esbozó una sonrisa triste y le pidió disculpas por el atrevimiento. Ella se relajó un poco, le cobró y le indicó que a la mañana siguiente podría pasar a recogerlo. 

Cuando el desconocido se despidió deseándole buena tarde, volvió a la tarea de restaurar la caja pero no estaba de buen ánimo así que resolvió guardarla en un cajón y ponerse a grabar el anillo del chico con lo  anotado "dulce amor". Hecho el grabado, seguía sin poder quitarse de la cabeza la insolente pregunta,  además ¿por qué un desconocido al que doblaba en edad la observaba tan descaradamente, y cómo se atrevía a insinuar que ella rechazaba el amor?. Miró su reloj de pulsera, una delicada pieza que había heredado de su madre, era la hora de cerrar por lo que se levantó, se encamino a la puerta y una vez en el exterior se alejó con semblante pensativo. La brisa revolvía sus cabellos y le traía el olor del mar pues la costa no estaba lejos, normalmente encontraba agradables esas sensaciones pero en esta ocasión, el ceño fruncido evidenciaba su mal humor. Sin duda vivía volcada en su trabajo que le apasionaba pero tenía toda la vida social que deseaba, y aunque nunca había sentido ese flechazo del que había oído hablar, había tenido varios romances que ciertamente no habían llegado a nada, pero le daba igual, su vida estaba bien como estaba.

A la mañana siguiente se presentó en la joyería uno de sus mejores amigos con un reloj antiguo al que se le había desprendido una de las manecillas. Martín siempre sonreía, al menos a ella le parecía así, y solo con su presencia le contagiaba de buen humor. La saludó con un "buenos días preciosa" que era muy típico de él y Aya le correspondió con un abrazo. Martín le dijo que no tenía prisa y que si estaba muy liada con lo de San Valentín podía esperar el tiempo que hiciese falta, agradeciendo el detalle, ella le dijo sonriendo que en un par de días lo tendría, que no estaba especialmente ajetreada. En ese momento sonó la campanilla y el atrevido chaval entró y se quedo mirándolos, paseando la vista de uno al otro sin articular palabra. Martín visiblemente incómodo se despidió con bastante rapidez, esquivando al recién llegado de camino a la salida. A Aya le cambió la expresión de la cara, no podía creer que el crío fuese tan cargante, tomó la caja con el anillo, la introdujo en una bolsita y tras entregársela le dio las gracias.

Él está enamorado de ti, supongo que lo sabes, fue su respuesta. Aya sintió que la cólera le subía por el rostro y le espetó que se metiese en su vida y que dejase en paz a los demás. Fue hasta la puerta y la abrió con la evidente intención de que se quitase de su vista lo antes posible. De nuevo apreció un halo de tristeza en el rostro del muchacho que ella no supo interpretar, aún así se sintió aliviada de que se fuese.
La mañana fue transcurriendo entre alguna restauración que debía terminar, más algunas ventas, y Aya no podía dejar de pensar en la insinuación del desconocido, aún encontrándola absurda puesto que conocía a su amigo de toda la vida y jamás se le había declarado, no se le iba del pensamiento, Martín era realmente un amor. Decidió que un té le vendría bien y que iría a la confitería que había a escasos metros del local para traérselo y tomarlo en el taller. Iba tan distraída que al salir por la puerta chocó con una persona que pasaba en ese momento y que llevaba una gruesa barra de hierro que impactó contra su cabeza. Aya sintió que todo le daba vueltas y la sensación de que las piernas le fallaban.

Cuando abrió los ojos, lo primero que se encontró fue la sonrisa de Martín. A continuación miró a su alrededor, estaba en una camilla aunque no recordaba como había llegado hasta allí. Volvió de nuevo la vista hacia su amigo y notó en él algo curioso, en sus ojos claros había una espiral de muchos tonos que no podía dejar de mirar y en la que deseaba sumergirse. Nerviosa, le agarró la mano y una corriente dulce pero implacable se adueño de ella. 
Por Dios!! exclamó para sus adentros, si esto no es un flechazo no sé que otra cosa puede ser. Entonces Martin se puso serio, algo no estaba bien, la cara de su amiga reflejaba tal confusión que empezó a asustarse y llamó al doctor que tras volver a examinarla, le aseguró que no había de qué preocuparse. No obstante, ella le seguía mirando de forma extraña, en los años que llevaba de enfermero no había visto cosa igual y no sabía qué pensar.

Aya recibió el alta esa misma tarde, justo cuando Martín iba a acabar su turno, por lo que se ofreció a llevarla en coche a casa. Seguía rara, se la veía aliviada de salir del centro de salud pero había algo más, se comportaba de una forma diferente a la de siempre y Martín no era capaz de comprender lo que le sucedía. Al entrar en la casa, le sugirió que él podía hacerle la cena, vivía solo por lo que sabía arreglárselas perfectamente y a ella le habían recomendado descansar al menos un par de días. A Aya se le iluminó el rostro y le dijo que sí encantada, pero con la condición de que la dejase colaborar y de que se quedase a cenar. Estando ambos de acuerdo, prepararon en un periquete una crema de puerros y un revuelto de setas con jamón serrano con una pinta estupenda y se sentaron a la mesa. Fue una velada extraordinaria y Martín no daba crédito, notaba en ella tal acercamiento y esa complicidad con la que había soñado durante años, que en algunos momentos hasta le apetecía frotarse los ojos para comprobar que era real.

Cuando llegó el momento de despedirse, en la puerta, Martín se armó de valor y acercándose aún más la beso en los labios con delicadeza. Aya se abrazó a él y se fundieron en un nuevo y apasionado beso tras el cual quedaron como dos chiquillos nerviosos sin saber muy bien que hacer. Martín sopeso la idea de ir un poco más allá pero había esperado tanto tiempo que creyó que lo mejor era tomárselo con calma así que le dijo que la llamaría por la mañana. Acababa de empezar una auténtica historia de amor.

El tiempo pasó y nunca más se volvió a ver por el pueblo al muchacho al que Aya había invitado a salir de la tienda. Pero en ocasiones el misterioso desconocido le venía al recuerdo, entonces ella sonreía dándole mentalmente las gracias por su comportamiento osado, que aunque en un principio había malinterpretado sin duda había sido el detonante de algo grande, mucho más de lo que había podido soñar.


miércoles, 15 de noviembre de 2023

A. Machado, el gran poeta


Retrato de Machado "también mi corazón ha despertado entre olores de pólvora y romero"

Pintura de Rufino Ruiz Ceballos
(10-07-1907/14-12-1970)



Tras exponer en el blog la filosofía de Zambrano era casi inevitable reconocer a Antonio Machado, enorme figura y contemporáneo. En algún sitio leí que el exilio fue crepúsculo para él y aurora para Zambrano, ella optó por construir un nuevo futuro, para Machado en cambio pudo ser el desencadenante de su partida. Se puede morir de tristeza y hasta hay quien dice que la enfermedad bronquial guarda relación con las penas. 

En cualquier caso, la luz en las letras de Machado es nuestro privilegio cuando nos acercamos a ellas.
Diría de él por lo que he leído que me parece un hombre sencillo, que expresa bien sus emociones íntimas, un tanto solitario, muy lúcido, y en general de buenos sentimientos. Dejo a continuación una muestra de su poesía. 


Proverbios y cantares

(solo he puesto 10 de los 53 por no extenderme demasiado)

I

Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.

 

II
¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar?…
Todo el que camina anda,
como Jesús, sobre el mar.

 

III
A quien nos justifica nuestra desconfianza
llamamos enemigo, ladrón de una esperanza.
jamás perdona el necio si ve la nuez vacía
que dio a cascar al diente de la sabiduría.

 

IV
Nuestras horas son minutos
cuando esperamos saber,
y siglos cuando sabemos
lo que se puede aprender.

 

V
Ni vale nada el fruto
cogido sin sazón…
Ni aunque te elogie un bruto
ha de tener razón.


 VI
De lo que llaman los hombres
virtud, justicia y bondad,
una mitad es envidia,
y la otra no es caridad.

 

VII
Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;
conozco grajos mélicos y líricos marranos…
El más truhán se lleva la mano al corazón,
y el bruto más espeso se carga de razón.


VIII
En preguntar lo que sabes
el tiempo no has de perder…
Y a preguntas sin respuesta,
¿quién te podrá responder?

 

IX
El hombre, a quien el hambre de la rapiña acucia,
de ingénita malicia y natural astucia,
formó la inteligencia y acaparó la tierra.
¡Y aun la verdad proclama! ¡Supremo ardid de guerra!
 
X
La envidia de la virtud
hizo a Caín criminal.
¡Gloria a Caín! Hoy el vicio
es lo que se envidia más ...



Verdes jardinillos


¡Verdes jardinillos,
claras plazoletas,
fuente verdinosa
donde el agua sueña,
donde el agua muda
resbala en la piedra! ...

Las hojas de un verde
mustio, casi negras,
de la acacia, el viento
de septiembre besa,
y se lleva algunas
amarillas, secas,
jugando, entre el polvo
blanco de la tierra.

Linda doncellita,
que el cántaro llenas
de agua transparente,
tú, al verme, no llevas
a los negros bucles
de tu cabellera,
distraídamente,
la mano morena,
ni luego, en el limpio
cristal te contemplas ...
Tú miras al aire
de la tarde bella,
mientras de agua clara
el cántaro llenas.




Para quien quiera leer más sobre Antonio Machado, en concreto sobre su amor al pueblo: 
https://letras-uruguay.espaciolatino.com/e/machado_antonio/el_poeta_y_el_pueblo.htm



martes, 14 de noviembre de 2023

Una presencia terrorífica


imagen de una mujer siniestra

Reto de Ginebra del mes de noviembre II
https://varietes-ginebra.blogspot.com/2023/10/samhain.html


Alina había salido esa tarde a recoger ramas para la gran hoguera. El sol se escondía cuando su padre se percató de que aún no había regresado y preocupado dejó lo que estaba haciendo. No era una fecha cualquiera, durante todo el día la aldea despedía al verano celebrando el día fuera del calendario, el Samaín. Una ocasión que servía de reflexión antes del comienzo del año celta pero también varias horas en las que la frontera que separa el mundo de los vivos y el de los muertos se disolvía, con el riesgo que conllevaba.

Inquieto, puso a un lado la cesta en la que había apilado manzanas y salió en dirección al bosque caminando a grandes zancadas, orando con todas sus fuerzas a Dana para encontrar en cualquier momento a su hija de regreso a casa, sana y salva. Apenas se había adentrado en el bosque cuando le pareció escuchar una risa lejana, algo distorsionada. Y sin motivo aparente, Mael cayó de rodillas y arañando la tierra con sus manos siguió implorando a Dana para que protegiese a su hija en una noche tan peligrosa. Se hallaba envuelto en un silencio inusitado, era el mes del búho pero no se escuchaba su característico chillido al anochecer, es más, parecía que todos los seres del bosque estuviesen dormidos o expectantes y esa ausencia de actividad era un mal augurio. 

Minutos antes, Alina se había dado cuenta de lo tarde que se le había hecho, el sol empezaba a  ocultarse y tenía un largo trecho hasta llegar a su hogar. Acababa de sujetar las ramas en un fardo y acercándolo a su cadera echó a andar con paso ligero. Tenía 12 años, cuerpo menudo y era capaz de hacer grandes distancias en poco tiempo, algo de lo que solía presumir y que en ese momento suponía, era su gran baza. No obstante, no había recorrido ni un tercio del camino cuando vio frente a ella a una mujer que le cortaba el paso. Iba vestida con extraños ropajes oscuros, un sombrero con flores negras y en la mano derecha sostenía un aro que desprendía cierto resplandor. Sorprendida, se detuvo en el acto.

La desconocida le preguntó a dónde iba con tanta prisa y Alina sintió como un escalofrío le recorría todo el cuerpo ante una voz metálica que no parecía humana. Debo regresar a casa murmuró, arrastrando las palabras. La mujer se rio y el bosque entero enmudeció por completo, como si la vida se hubiese marchitado con ese gesto.

Dana contemplaba el suceso, las plegarias del padre de la niña habían surtido efecto y aunque no era dada a intervenir en asuntos humanos, se quedó observando lo que Bodua se proponía hacer. El suelo comenzó a vibrar y los pies de Alina empezaron a hundirse como si se encontrase dentro de arenas movedizas. Soltó horrorizada el fardo que cargaba e intentó gritar pero el miedo le atenazaba la garganta y no fue capaz de emitir ningún sonido. Miró a su alrededor, la naturaleza parecía haberse sumido en una oscuridad devastadora, pero en su corazón aún palpitaba el amor que le profesaba a Dana, la madre Tierra, y extendiendo los brazos le suplicó ayuda. Había perdido a su madre siendo niña pero recordaba las palabras que le dijo junto al pozo el día en que llegó moribunda por el ataque de un jabalí "mi amada Alina, ahora Dana será tu madre, no dudes en confiarte a ella, es una madre poderosa que siempre vela por sus hijos" y hecha un manojo de nervios pronunció mentalmente "madre universal, esta noche pongo  mis esperanzas en ti, socórreme". Conmovida, la deidad se interpuso entre Alina y la presencia oscura, la cual sorprendida dio un paso atrás. En ese instante, la luz que Bodua portaba soltó un fogonazo y al fin el sonido volvió al bosque a la par que se deshacían todas las tinieblas que lo habían tomado hasta ese momento.

Mael sintió que el aire regresaba a sus pulmones, sintió que recuperaba la energía vital oprimida instantes antes por unas garras invisibles y poniéndose en pie echo a correr con todas sus fuerzas internándose más en el bosque. No sabía hacia dónde debía dirigirse pero con los ojos entornados se dejo guiar por el sentimiento de volver a ver a su hija y avanzó sin descanso confiando en que iba en la dirección correcta. Casi extenuado pero sin dejar de correr llego hasta un claro en el que pudo observar a su hija al lado de dos mujeres de sobra conocidas por los habitantes de su aldea. Dana, la diosa madre de la mitología celta y enfrente la siniestra Bodua, que en la noche del Samaín era una aparición funesta.

Sin apenas recuperar el aliento recorrió los escasos metros que le separaban de su hija. Parecía como si la tierra la estuviese engullendo y solo asomaba una parte del perfil de su cuerpo, de la cadera hacia abajo no había nada. Con paso decidido se internó en una especie de ciénaga, hundiéndose en ella mientras abrazaba a su hija con fuerza. Alina parecía estar petrificada, solo unas lágrimas que le rodaban por las mejillas le alentaban a creer que aún estaba viva. Lo que sucedió a continuación lo cambió todo, de pronto como si regresase de algún misterioso lugar, Alina modificó su expresión y alzó los brazos hacia su padre abrazándose a él tiernamente. 

El encuentro hizo que la tierra temblase. El rostro satisfecho de Dana contrastaba con la turbación de su oponente que con semblante altivo, como deseando derretirla con la mirada, ya era consciente de que no tenía ninguna posibilidad. Así pues, Bodua dio por terminada la tentativa de llevar a la niña a su mundo, se giró con cierta indolencia y desapareció casi al instante. También la ciénaga se esfumó y padre e hija miraron hacia Dana con profunda gratitud, solo por un momento, pues al igual que la otra aparición se desvaneció repentinamente.

Mael y Alina emprendieron el regreso a casa asidos por la cintura, iban tan entusiasmados que se alejaron sin reparar en el fardo de ramas que había sido el desencadenante de su odisea. Casi no podían creer lo afortunados que eran y en su nerviosismo, iban deliberando sobre como relatarían a sus descendientes la intercesión de Dana en esa noche de Samaín, para que el recuerdo de lo sucedido en ese bosque se perpetuase a través de las sucesivas generaciones.


imagen de un rostro entre los árboles

Autor: Geralt
https://pixabay.com/es/users/geralt-9301/



miércoles, 8 de noviembre de 2023

La razón poética de Maria Zambrano



mural en el que figura María Zambrano

Mural en Gandia (España) con M. Zambrano y otras mujeres destacadas


Pensadora del aura


Nacer sin pasado, sin nada previo a que referirse, y poder entonces verlo todo, sentirlo, como deben sentir la aurora las hojas que reciben el rocío; abrir los ojos a la luz sonriendo, bendecir la mañana, el alma, la vida recibida, la vida ¡qué hermosura! No siendo nada o apenas nada por qué no sonreír al universo, al día que avanza, aceptar el tiempo como un regalo espléndido, un regalo de un Dios que nos sabe, que nuestro secreto, nuestra inanidad y no le importa, que no nos guarda rencor por no ser…

     …Y como estoy libre de ese ser que creía tener, viviré simplemente, soltaré esa imagen que tenía de mí misma, puesto que a nada corresponde y todas, cualquier obligación de las que vienen de ser yo, o del querer serlo.

** M. Zambrano **



Algunos de mis días están llenos de propósitos, los hay que son muy míos, otros impuestos. Pero en ocasiones me pregunto:
¿Por qué tantos propósitos?
¿Acaso la vida es obligarse a alcanzar objetivos en vez de vivir permitiendo que las cosas sucedan sin forzar nada, ni a nadie?
¿Se puede dejar de luchar contra el tiempo, contra lo que se supone que debo hacer, o contra esas necesidades que he creado y que ahora me pregunto son tan necesarias?


María Zambrano (1904-1991) intelectual, filósofa y poeta española, apuesta en su obra por dejar a un lado la rivalidad entre la razón y el sentimiento. 

Exiliada e impregnada de las circunstancias que le tocó vivir, ha abordado lo más esencial del ser humano, nuestros anhelos, la idea de sentirse abandonado, el miedo, la culpa, la supervivencia... . Esta mujer nos ha dejado como legado sus razonamientos poéticos, en los que podemos encontrar muchas reflexiones y en los que abundan valores como la libertad, la justicia y la identidad.



miércoles, 1 de noviembre de 2023

La protección




Había comenzado la mañana con un suceso extraño, a primera hora mientras Aya oteaba el cielo, observó unos curiosos fogonazos en torno al sol que la desconcertaron. Y para rematar lo anecdótico del día, el pueblo había sufrido numerosos apagones. Los cortes de electricidad eran algo bastante habitual en la apartada localidad pero en ninguna ocasión que ella recordase habían sido tan frecuentes, ni de tanta duración. Tal vez por ese motivo tras cerrar la joyería que regentaba su familia desde hacía décadas, se dirigió a su casa dubitativa, con la extraña sensación de que algo no iba bien. 

En pocas horas Aya tenía previsto asistir a una cena especial de noche de difuntos pero cuando llegó a su hogar y subió a su habitación, se quedo petrificada mirando la ropa y accesorios dispuestos sobre la cómoda. Sintió que algo en su interior le susurraba que no debía asistir a esa cena, y era tan patente que hasta casi podía oír como algo le decía "no vayas, no, no vayas a ese sitio".
Resolvió darse una ducha para despejarse y tratar de suavizar el remolino de sensaciones que en ese momento parecían haberse desbocado. No era una persona miedosa pero por alguna razón ese día sentía una inseguridad que no recordaba haber padecido antes. 
No obstante, cuando salió del baño descubrió con alivio que se encontraba mucho mejor, de alguna forma parecía haberse despojado del malestar que hasta no hacía mucho le había rondado. Más animada, se posicionó por segunda vez frente a la cómoda decidida a vestirse y arreglarse para la ocasión. Tenía tiempo suficiente así que se preparó con calma y tras contemplarse en el gran espejo de pie que presidia un extremo de la habitación, bajo las escaleras dispuesta a acceder al garaje y dirigirse a la casa de los Domain, los anfitriones de la celebración.

Ya en el coche, introdujo la llave para arrancar el vehículo pero al girarla se produjo un silencio atípico, como si el motor se negase a ponerse en marcha. Lo intentó varias veces sin escuchar ningún tipo de ruido y con fastidio tuvo que asumir que la batería de su coche se había descargado. No se lo podía creer, era una batería vieja pero hasta ese momento no había dado ningún síntoma que le hiciese pensar que se estaba agotando. Alterada, se bajó del coche y caminando en círculos analizó la situación. Los Domain vivían  a las afueras del pueblo, justo en el otro extremo, y aunque se había calzado las botas militares tan hechas a su pie que parecía como si caminase en zapatillas, la distancia que tenía por delante era tal que no cabía la opción de ir andando. La casa del mecánico en cambio estaba a pocos metros de su vivienda y tal vez le podía solucionar el percance pensó, y se puso en marcha.

No tardó en avistar la casa de Darío y comprobó que el taller estaba cerrado, como ella también tenía su horario, pero estaba convencida de que la ayudaría en lo que pudiese pues era una excelente persona. Al llegar a la altura de la vivienda vio un folio pegado a la puerta y tuvo un mal presentimiento. Se acercó más y tal y como pensaba la nota decía que estaría unos días fuera del pueblo por un asunto familiar. De nuevo, la sensación de que algo raro estaba sucediendo se hizo patente, hasta el punto de hacérsele un nudo en la garganta. Miró hacia arriba, a las montañas, tratando de calmarse y en su cabeza surgió una idea insólita, algo la incitaba a subir por el sendero que partía muy cerca de la casa, con la idea de contemplar la puesta de sol. Se sacudió la cabeza como para sacar esa idea de su mente, pero una fuerza que parecía irresistible la hizo echar a andar hacia el sendero vestida con unos ropajes que le llegaban hasta los pies y un tocado en la cabeza un tanto excéntrico, el atuendo era tan inadecuado que no pudo evitar soltar una carcajada mientras comenzaba el suave ascenso. Rumbo al alto de Somao pensó, riéndose por dentro y por fuera. Había previsto subir al alto al amanecer del día siguiente, para ver mejor el eclipse del que todos hablaban, se decía que tardaría más de 300 años en volver a producirse en el mismo lugar, y allí estaba, recorriendo el sendero vestida para una cena a la que no habría de ir.

Los cuatro primeros kilómetros eran un paseo agradable con una pendiente poco pronunciada pero en  los dos últimos la subida se acentuaba y se hacía más pesada. Aya tardó casi dos horas en completar el ascenso, el sendero estaba cuidado pero el vestido le molestaba y la obligaba en muchas ocasiones a caminar haciendo de él un ovillo para poder ver por dónde pisaba. Finalmente completó la subida, con los bajos del vestido destrozados pero inexplicablemente con una sensación de paz indescriptible. A lo largo de la caminata se había percatado de que el cielo se estaba encapotando y al llegar a su destino pudo comprobar que ya no había ni rastro del cielo azul que había sido la tónica general del día. Gruesos nubarrones grises lo cubrían por completo por lo que la posibilidad de observar la puesta de sol se había esfumado. Sin embargo, una sorpresa inesperada la lleno de alegría, un perro blanco que era la viva imagen de Nieve movía el rabo entusiasmado ante su presencia en aquel solitario lugar.

Mientras se acercaba, con el corazón latiendo frenéticamente en el pecho, recordó el día en que encontraron a Nieve, un cachorro abandonado al que escucharon gemir aquel domingo de picnic en la montaña. Lo llevaron a casa de su abuelo que adoraba a los perros, por si deseaba quedarse con él. Su único abuelo, los demás habían fallecido antes de que naciera, en cuanto lo vio supo que era un cruce de perro y lobo pero a pesar de ello, lo acogió y lo crió con paciencia y disciplina hasta que se convirtió en un adulto cariñoso y protector de la familia y de la casa. 
Nieve tenía la costumbre de cerrar los ojos cuando Aya le acariciaba la cabeza y sin dudarlo, al llegar a la altura del animal, lo acarició haciendo círculos entre las orejas como le solía hacer a Nieve. Su sorpresa fue mayúscula cuando éste cerro los ojos y se pego a ella como hacía su adorado animal de la infancia. Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas y de rodillas se abrazó a él con el corazón rebosante de amor. Nieve había sido compañero de juegos, amigo protector y cómplice en alguna de sus travesuras, la compañía y el cariño que el perro le había transmitido era inestimable pues Aya no tenia hermanos, apenas familia, pues ambos padres eran hijos únicos y la trajeron al mundo cuando tenían una edad avanzada. La pérdida de su querido amigo fue un duro golpe para ella que tuvo que aceptar como pudo, pero en ese atardecer, el tiempo parecía haberse plegado sobre si mismo y Nieve volvía a estar a su lado. Tuvo la sensación de que el mundo se había detenido en ese momento, la nubes quietas sobre ella, ni la más leve brisa, ni el más mínimo murmullo... debo de estar soñando se dijo para sus adentros.

Pero de pronto, un viento arrollador se desparramó sobre ellos e inundo todo el lugar. Nieve levanto sus orejas, olfateo el aire y poniéndose en pie hizo un amago de alejarse de Aya. Sin dejar de acariciarlo, ella también se incorporó y caminando a su lado subió por un risco abrupto desde el que podía contemplar su pueblo natal. El viento aullaba y Nieve lo empezó a imitar. Parecía traer entre susurros los sonidos de una canción que su madre le cantaba de niña y que Aya empezó a tararear casi como una autómata, y es que por momentos se sentía como una marioneta en manos de algo que movía los hilos de su cuerpo pero por extraño que pareciese, se encontraba a gusto y se dejaba llevar. Allí, en un saliente muy estrecho en el que apenas se podía mover, tras recoger en parte su largo vestido comenzó a oscilar como mecida por el viento mientras la tormenta se acercaba a ellos.

Al borde del precipicio, mientras la noche comenzaba a abrirse paso lenta e inexorablemente, víspera del día de difuntos recordó a su madre, a su padre, a su abuelo... a todos los que se habían ido hacia ya mucho tiempo y siguió tarareando la canción mientras los truenos hacían acto de presencia, avisando de que la tormenta ya casi estaba encima. 
Fue una tempestad impresionante, el viento soplaba feroz y los rayos caían sobre el valle pero en ningún momento se acercaron al alto en el que ella y Nieve contemplaban la escena. Aya no podía dejar de mirar el panorama que se le ofrecía desde risco como si se tratase de un sueño, o más bien una pesadilla, en la que la naturaleza desatada azotaba con violencia todo lo que encontraba a su paso. Era tal la fuerza del viento que los árboles próximos crujían sin parar y pequeñas ramitas que volaban a su alrededor iban enganchándose a su tocado. Milagrosamente, ambos permanecían erguidos en el saliente, como si la madre Tierra les sujetase por la planta de los pies y les protegiese, pues ni ella ni Nieve resultaron lastimados a pesar de la furia del vendaval. 
En algún momento de esa extraña noche Aya descendió del risco con Nieve a su lado y se acurrucaron uno junto al otro para proporcionarse abrigo mutuo, hasta que el sueño les venció.

A la mañana siguiente, al abrir los ojos Aya pudo comprobar que ya había comenzado el anunciado eclipse total y era algo fascinante, hasta Nieve parecía estar pendiente de la visión del sol que se iba quedando tapado ante ellos. En un momento dado, a Aya le vino el recuerdo de niña cuando tanto le gustaba ver las puestas de sol y su fiel amigo la acompañaba, acarició a Nieve y sonrió feliz por compartir de nuevo con él esos momentos de paz. El eclipse solo duró unos pocos minutos pero sin duda fue algo digno de recordar.
Cuando el sol volvió a la normalidad, Aya se dio cuenta de que Nieve no estaba. Lo buscó, lo buscó durante horas sin entender nada, se había ido sin dejar rastro. Finalmente, se resignó a volver al pueblo pues todo había sido demasiado irreal y se sentía bastante confundida. El sendero había quedado en muy mal estado tras el paso de la tormenta y le tomo bastante tiempo regresar. Lo que se encontró entonces fue un espectáculo dantesco, casi todas las casas del pueblo habían quedado dañadas por la descomunal tormenta. Por suerte no había muertos hasta el momento, aunque sí muchos heridos y algunos de gravedad, especialmente en la casa de los Domain que quedó arrasada debido a que un árbol centenario se había derrumbado sobre ella.